El Mercosur suspenderá a Venezuela de su carácter de miembro pleno si al 1º de diciembre no incorpora a su legislación nacional más de 300 acuerdos y 40 tratados. La decisión se tomó a partir de un planteo de Brasil, que sumó la propuesta de Argentina para conformar una conducción colegiada. Uruguay, que se abstuvo para destrabar una salida a la crisis, fue quien planteó establecer un plazo. La cocina interna. El factor comercial. La visita del Príncipe.
La noticia llegó luego de un cuarto intermedio tras la segunda de dos reuniones en Montevideo entre los cuatro “fundadores”, una nueva denominación que se dieron los países del Mercosur inicial en esta vuelta a los orígenes. Uruguay se abstenía. Al principio, el resto de los países no entendió bien qué implicaba eso de la abstención. Alguno incluso mandó a preguntar si, en los hechos, esa determinación daba pie a que quedara aprobada la voluntad del resto o si, en cambio, volvían a foja cero. Entonces vino la aclaración: “Hay consenso”. En realidad, lo de la abstención fue una formalidad política. O, mejor dicho, la constatación de una distancia respecto a una decisión en la que Uruguay nunca creyó y a la que dejó ser al borde del abismo, más consciente que nunca de su peso minúsculo frente al poderío del gran hermano brasileño y su socio mayor en estas lides, Argentina. La última palabra fue pura y exclusivamente del presidente de la República, a quien el canciller, Rodolfo Nin Novoa, había puesto en antecedentes. Fue una decisión “pesada”, cuentan desde el entorno de Tabaré Vázquez. Un trago amargo. Pero tampoco fue una parada sencilla para el canciller, menos cercano a los latidos caribeños. Nin, que alguna vez calificó al régimen político venezolano como el de “una democracia autoritaria”, se había opuesto, en un principio, a esta dirección colegiada del Mercosur que ahora emerge bajo el manto del consenso. El ministro de Relaciones Exteriores veía en esta propuesta el latigazo de la política por encima de lo jurídico que tanto criticó en la hora cero de su gestión. Por eso el mate amargo, tan amargo, amarguísimo, cebado sobre la hora.
La posición de Uruguay se comunicó al club de los fundadores. No hubo reunión de cancilleres. ¿Coordinaron por mail? “Algo así”, explica por WhatsApp Matías Crotto, vocero de la argentina Susana Malcorra, sin entrar en detalles. Lo cierto es que esa noche sólo cabía esperar una respuesta de Uruguay a la reunión de coordinadores del 23 de agosto. Nada más. Y el paisito se hizo esperar. El mensaje llegó recién en el entorno de las nueve de la noche del martes. Y entonces sí, como las fichas de un dominó, las reacciones se fueron sucediendo con la velocidad de un trueno. Primero movió Brasil, principal impulsor de esta movida. Lo hizo su canciller, José Serra, en su cuenta personal de Facebook. No fue en la web del Palacio de Itamaraty, ni en la página de la presidencia de Brasil ni a través, siquiera, de los micrófonos de la prensa. Esta era una batalla íntima, personal. Y, al parecer, hasta angustiosa: “Por fin solucionamos el punto muerto creado en el Mercosur por la posibilidad de que Venezuela asuma la presidencia del bloque. Los cuatro países fundadores –Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay– aprobaron hoy una nota de consenso, según la cual Venezuela no asumirá la presidencia del bloque, que a partir de ahora será ejercida por medio de la comisión coordinadora formada por un representante de cada uno de los fundadores”, escribió Serra. “Si hasta el día 2 de diciembre Venezuela no cumple los compromisos que asumió en el inicio de su ingreso, ella será suspendida del Mercosur”, prosiguió. Portavoz del ultimátum, Serra puso sobre la mesa (o el muro, para utilizar el lenguaje del mundo virtual de Mark Zuckerberg) por lo menos tres elementos. El primero: que desconoce la asunción de Venezuela como presidencia pro témpore. Segundo, crea un nuevo estándar en el Mercosur: “los países fundadores”. Tercero, fija un plazo. Día, mes y año: el 2 de diciembre de 2016.
También la canciller de Argentina utilizó las redes sociales (Twitter en este caso) para dar a conocer la noticia. Más institucional, Susana Malcorra se limitó a publicar el link de un comunicado, el 303/16. Allí, cita una “Declaración Conjunta relativa al funcionamiento del Mercosur y al Protocolo de Adhesión de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur” que –sostiene– “refleja el consenso alcanzado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay para facilitar el funcionamiento del Mercosur y para coordinar las negociaciones con otros países y grupos de países”. Y habla de “pasos a seguir para asegurar el equilibrio de derechos y obligaciones en el proceso de adhesión de Venezuela, atento a que este país no ha incorporado normativa esencial del Mercosur en su legislación nacional”. Ese, dice, es el “motivo” por el que “se decidió otorgar un plazo complementario a fin de que Venezuela dé cumplimiento a las obligaciones asumidas en su Protocolo de Adhesión”. El comunicado evidencia un tono distinto al de Brasil, en algún punto quizás más contemplativo con la posición de Uruguay. Por ejemplo, cuando sostiene que el consenso busca “facilitar el funcionamiento” del bloque y “coordinar” las negociaciones con otros países y bloques, en clarísima referencia a los acuerdos de libre comercio que asoman en el horizonte: China, la Unión Europea (UE)y la Alianza del Pacífico. La referencia al “plazo complementario” es una mención, elíptica, a un tiempo que se ha agotado.
A los pocos minutos, Brasil se puso más serio. La “Nota 335” de las 22.36 del martes sostiene que “la declaración fue aprobada por razón del incumplimiento por parte de Venezuela de los compromisos” con el Mercosur. Y especifica: “La fecha límite para que Venezuela cumpla con esta obligación terminó el 12 de agosto de 2016”. Algunas de esas normas “importantes” que no se han incorporado en el ordenamiento jurídico venezolano, sostiene Brasil, son el Acuerdo de Complementación Económica N° 18 (1991), el Protocolo de Asunción Compromiso de Promoción y Protección de los Derechos Humanos del Mercosur (2005) y el Acuerdo sobre Residencia para Nacionales de los Estados Partes del Mercosur (2002). En la declaración, explica el gran hermano latinoamericano, se “establece” que la presidencia del bloque en el semestre actual “no corresponde a Venezuela, pero se llevará a cabo mediante la coordinación” de los fundadores que, subraya, “pueden definir líneas de acción y tomar las decisiones necesarias sobre las cuestiones económicas y comerciales y otros temas claves”. Terminante, agrega (mandata): “Lo mismo ocurrirá en las negociaciones comerciales con terceros países o grupos de países”. También adelanta un día la fecha de vencimiento: “El 1º de diciembre de 2016, ante la persistencia del incumplimiento de las obligaciones, Venezuela será suspendida del Mercosur”. Un reconocimiento, en los hechos, de que la descripción de Serra en su cuenta de Facebook es más una expresión de deseo apuntando al día después que la mera comunicación de un plazo en los hechos, imposible para un gobierno atrapado y sin salida. Setenta y ocho días para que Maduro incorpore con un Parlamento opositor 40 tratados internacionales y 300 acuerdos, entre ellos el Protocolo de Asunción sobre Derechos Humanos, algo que Paraguay hizo notar en su declaración. Otra fotografía velada de estos tiempos: el Partido Colorado de Horacio Cartes corriendo por izquierda al chavismo.
El ultimátum –puede leerse en la declaración de Brasil– también fue dedicado a Uruguay: “La declaración fue adoptada en el espíritu de preservación y fortalecimiento del Mercosur, con el fin de garantizar que existe una continuidad en el funcionamiento de los órganos y mecanismos de integración, la cooperación y la coordinación del bloque”. Dicho así, la abstención (a veces vale la pena volver al diccionario de la escuela: “No participar en algo a que se tiene derecho”, “renunciar a hacer algo”) fue el único margen de maniobra para Montevideo. O, en otras palabras, el precio de “salvar el Mercosur”, la meta que se había fijado Nin luego de la segunda reunión de coordinadores nacionales sin que saliera humo blanco de las chimeneas de la diplomacia. Lo puso en palabras el número dos de la cancillería, José Luis Cancela (el ministro viajó en la mañana del miércoles a Washington): “Si Uruguay se hubiera opuesto a esta declaración, el Mercosur habría entrado en una parálisis absoluta”. Más claro: sin la abstención de Uruguay, no había más Mercosur, aun cuando este de ahora está tan debilitado. El Palacio Santos apenas pudo atinar a pedir la extensión del plazo para Venezuela: la propuesta inicial era no conceder siquiera esa gracia. De ahí que, para el vicepresidente del Parlasur, el uruguayo Daniel Caggiani (Movimiento de Participación Popular), “Uruguay actuó de manera inteligente”. Lo explica así: “Evitó quedar aislado desde el punto de vista político y comercial. Y logró que a Venezuela no se la sancione, sino que se le dé un plazo mayor”. Paraguay, el tercero en expedirse en la fría noche del martes, repitió algunos conceptos utilizados por Argentina en su comunicado: Venezuela “no ha incorporado normativa esencial” del bloque y el ultimátum es, en realidad, “un plazo complementario”. Un agregado para evitar confusiones sobre la “abstención” que no hace sino delatar al confundido: “Es oportuno señalar que la no objeción de ninguno de los Estados signatarios permitió lograr el consenso en torno a la presente declaración conjunta”. A esa hora, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se congratulaba de la política exterior de su país en un programa que se emitía en vivo por la televisión pública. Festejaba el éxito de la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, una estructura de la época de la guerra fría que se plantaba como un camino intermedio entre la Unión Soviética y Estados Unidos que –no es una metáfora– ahora enfrenta un problema de falta de sentido.
Una pista más que hace al contexto de la posición de Brasil. La “Nota 335” de Itamaraty, emitida 12 horas antes del comunicado sobre la posible suspensión de Venezuela, se titula “Declaración del Ministro José Serra sobre la situación en Venezuela”, y contiene un sólo párrafo, con una cita al canciller: “Estamos muy preocupados por la reciente multiplicación de las detenciones arbitrarias en Venezuela, tales como la del periodista chileno Braulio Jatar, que se produjo a falta de un debido proceso, y en claro desconocimiento de las libertades y garantías fundamentales. Este es un desarrollo que complica aun más el diálogo entre el gobierno y la oposición, indispensable para la superación de la dramática crisis política, económica, social y humanitaria que afecta a Venezuela”. Muchos, empezando por la casona de la esquina de Colonia y Cuareim, se preguntan por qué Argentina o Brasil o Paraguay no solicitaron la activación de la “cláusula democrática”, que hubiese construido un corsé legal alrededor de la expulsión de Venezuela y, en cambio, se apela a este formato rebuscado que el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, aplaudió en un tuit, última parada de su pulseada con Maduro: “Saludamos decisión Mercosur sobre Venezuela conforme a derecho y principios democráticos”. Para entender la fórmula empleada por los coordinadores hay que remontarse al paraguas de la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados, de 1969. En el artículo 57 de Viena se aborda, por ejemplo, la suspensión de la aplicación de un tratado. Y se la estipula para dos casos: para aquellos en los que se actúe “conforme a las disposiciones del tratado” (en este caso, de la normativa del Mercosur que regula las suspensiones o expulsiones) o para aquellos que acontezcan “en cualquier momento, por consentimiento de todas las partes previa consulta con los demás Estados contratantes”. Ahora bien, la convención también maneja plazos y formalidades en las comunicaciones que, de no cumplirse, pueden motivar reclamos, incluso ante la Corte Internacional de Justicia. Hay quienes entienden que esta movida desconoce la existencia del Tribunal Permanente de Revisión, un órgano del propio Mercosur con sede en Asunción que, entre sus potestades, precisamente tiene la de vigilar el cumplimiento o no de la normativa y su debida implementación. Para Caggiani, por ejemplo, esta parte de la declaración de los cancilleres es “un mamarracho jurídico”.
La seguidilla de comunicados y publicaciones de los cancilleres en las redes sociales encontró a Maduro celebrando los goals de la diplomacia caribeña en la organización de la cumbre de los “no alineados”. Una escena surrealista y dantesca a la vez, metáfora bizarra en tiempos de las transmisiones en vivo de una punta a otra del globo, sólo comparable con la imagen de Bush leyendo el cuentito al niño mientras se venían a pique las Torres Gemelas. Tal vez, también, una comprobación de que, en realidad, el Mercosur ya no es una cuestión de vida o muerte para la mayoría, ni siquiera para Venezuela. Pero distinto es el caso de Uruguay. Nuestro país no es sólo el único que sigue dependiendo ferozmente de las ventas al bloque para el equilibrio de su economía interna. Hay algo tanto o más importante que olvidan los impulsores del brexit criollo, hoy de parabienes: muy difícilmente el Uruguay se vuelva atractivo para el mundo con un mercado de apenas tres millones y pico de habitantes. Es más: todo el servicio exterior de Uruguay trabaja promocionando al país como la plataforma de lanzamiento de empresas e iniciativas privadas hacia el resto del Mercosur y, en un juego de forma y figura, destacando las bondades de “el país estable” en el contexto de una región convulsionada. Basta repasar, para comprobarlo, el merchandising de la agencia estatal de promoción de inversiones y exportaciones, Uruguay XXI. Ese juego pendular entre histérico y morboso, tan trillado por la diplomacia gaucha, perdería sentido sin el Mercosur. Todo un relato del barrio y sus integrantes que quedaría por el camino sin otro que pueda contener las aspiraciones, maravillas y oportunidades del país de las vacas, la soja, la lana y los eucaliptus. Para el resto, la ecuación puede ser más sencilla de resolver. Argentina puede equipararse a una provincia china con su mercado de 42 millones de habitantes; Brasil puede hacer gala de su condición de locomotora latinoamericana. Paraguay, en todo caso, sí necesita de un relato asociado al Mercosur, pero el deseo de venganza por la suspensión de 2012 tras el juicio sumario al expresidente Fernando Lugo –una situación en base a la cual se despejaron obstáculos para la entrada de Venezuela– se volvió en los últimos tiempos una tentación irrefrenable. La película muestra el detalle, pero la foto es la del martes: un Mercosur que vuelve al casillero inicial. Lo dice a la perfección la redacción de la declaración cuando en el encabezado refiere a sus autores: “Los países signatarios del Tratado de Asunción, que estableció el Mercado Común del Sur”. Hasta la descripción de la sigla es ilustrativa. También el relato de la votación: “apoyo expreso” de Argentina, Brasil y Paraguay y “abstención” de Uruguay.
La decisión de los cancilleres, rubricada con fecha 13 de setiembre, venía insinuándose ya en la segunda reunión de coordinadores nacionales Cristina Boldorini (Argentina), Paulo Estivalet (Brasil), Rigoberto Gauto (Paraguay) y Gabriel Bellón (Uruguay), reunidos para buscar una salida a la encerrona del bloque el 23 de agosto en el edificio Mercosur. En esa instancia, Argentina planteó la idea de una conducción colegiada. Brasil sumó otra: que Caracas no había internalizado las normas del bloque y que, además, el plazo había vencido el 12 de agosto. Uruguay cantó retruco; pidió que en todo caso se extendiera esa fecha al menos hasta diciembre. “Venezuela estaba invitada, pero infortunadamente no ha venido. La extrañamos un poquito, hubiera sido bueno tenerla entre nosotros para hablar de los temas que se plantearon”, dijo en aquella oportunidad el paraguayo Gauto, irónico, en un receso. Ese día, los coordinadores habían resuelto designar a Uruguay al frente de las negociaciones por un acuerdo comercial con la UE, y a Paraguay como el encargado de un acercamiento con la Alianza del Pacífico, integrada por Chile, Colombia, México y Perú. Venezuela, por su parte, había convocado a una reunión, pero sin demasiado éxito: de los socios plenos sólo asistió Uruguay, y acompañó Bolivia, asociado. La diferencia en los auditorios hacía indisimulable el divorcio. Aunque, como las parejas que empiezan en la cama y terminan en el juzgado, esta historia prometía más tironeos. La reacción de Venezuela, previsible, es la de no reconocer el planteo de “los fundadores”. La vocera fue la canciller Delcy Rodríguez, otra vez en Twitter: “Venezuela, en ejercicio pleno de la presidencia pro témpore del Mercosur, y en resguardo de sus tratados, rechaza declaración Triple Alianza”, escribió. El tuit alivió, en parte, la preocupación del sexto piso del Palacio Santos: que una reacción furiosa de Caracas cortara de raíz todo vínculo con Montevideo.
La referencia explícita de la canciller venezolana a Argentina, Brasil y Paraguay deja a Uruguay al margen de la responsabilidad principal de su apartamiento. Sin embargo, el tuit deja sentada la idea de que Venezuela resistirá en sus posiciones, lo cual a futuro podría desgastar el vínculo con Uruguay. “Pronto expondremos la verdad sobre acervo normativo de Venezuela y del resto de los Estados parte, así como las acciones para proteger al Mercosur”, anunció Rodríguez en otro de sus mensajes de 140 caracteres. Pero, mientras tanto, los coordinadores nacionales de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay se reunieron otra vez este mismo jueves en Buenos Aires, y volverán a hacerlo este viernes. Será el estreno del “comité coordinador” que ejercerá la presidencia pro témpore en un período que Gauto calificó este miércoles a Caras y Caretas como “un período de emergencia, que no es un periodo normal, [en el que] no se realizarán todas las reuniones que estaban previstas, pero se van a hacer las que sean indispensables para mantener sobre todo los compromisos del Mercosur con otros países y con otros bloques”. Venezuela, otra vez, fue invitada. Caracas desconoce esta citación porque, sostiene, la presidencia pro témpore está en sus manos y no en las de este cuerpo colegiado. Se trata, dijeron las fuentes diplomáticas consultadas por Caras y Caretas, de avanzar rápidamente con la agenda del bloque. No será tan fácil en el caso del Parlamento del Mercosur (Parlasur), que Venezuela integra, y que está convocado para este viernes a la una de la tarde en el Salón de los Plenarios del ex-Parque Hotel. Lo explica el propio Caggiani, número dos del Parlasur: “Venezuela no está sancionada. Lo que se dijo es que se le propone un plazo para terminar de incorporar la normativa. Mientras tanto, puede seguir participando de todas las instancias”. En la sesión está prevista una declaración de apoyo al proceso de paz en Colombia, aunque, luego, en el espacio previsto para los debates, es posible que los parlamentarios debatan sobre el tema pese a que, como suele ocurrir cuando se reúne este órgano, al otro día los diarios se pregunten qué sentido tienen los discursos en un parlamento sin carácter resolutivo.
El factor comercial
Es imposible no asociar el divorcio con Venezuela a las negociaciones comerciales encaminadas o por encaminarse entre el Mercosur y dos de sus socios principales: China y la UE. En el caso de los orientales de ojos rasgados, la historia se remonta cuatro años. Una teleconferencia conjunta entre los entonces presidentes José Mujica, Dilma Rousseff y Cristina Fernández y el primer ministro chino, Wen Jiabao, que tuvo lugar en julio de 2012, fue en realidad el lanzamiento de una oferta del gobierno chino para realizar los estudios de factibilidad para un tratado de libre comercio entre China y el Mercosur. Cuatro años después, la oferta china sigue en pie. Lo curioso es que el interés de los países del Mercosur, que había decaído por los inconvenientes que –proyectaban los gobiernos de Dilma y Cristina– podría generar el libre comercio con el gigante asiático, ahora aparece renovado. No es sólo la visita de Mauricio Macri y Michel Temer al G20, de la que regresaron embaladísimos con la posibilidad de negociar con Beijing. Es también la necesidad del gobierno uruguayo de ampliar mercados y equiparar condiciones con sus competidores más próximos –Australia y Nueva Zelanda, en proceso de acelerada desgravación de aranceles comerciales–, la necesidad de Paraguay de poner un pie en China bajo la excusa de las bondades del mercado –actualmente sólo tiene relaciones con Taiwán, en una dinámica demodé que se ve urgido a cambiar a medida que China se vuelve determinante para América Latina– y, sobre todas las cosas, el enorme pragmatismo chino, que no distingue ideologías a la hora de hacer buenos negocios. El presidente, que a mediados de octubre desembarcará con el canciller en China, dará un paso determinante en esta dirección: verbalizará el sí para comenzar los estudios de factibilidad hacia un tratado de libre comercio. Macri y Temer –así lo hicieron saber en el G20– van por lo mismo.
Las negociaciones con la UE también tienen una parada importante en octubre, cuando se reactiven las conversaciones. El 11 de mayo, los jefes negociadores del Mercosur y la UE se reunieron en Bruselas para intercambiar ofertas de acceso a mercados de bienes, servicios y establecimiento y compras gubernamentales. Luego hicieron la remake en Montevideo, los días 22 y 23 de junio. Ese mismo día, el 23, trascendía el resultado del referéndum en Gran Bretaña que selló la ruptura con la Unión Europea. Ahora, con el horizonte más despejado, y en momentos en que Francia y Alemania buscan reactivar el bloque europeo con una serie de iniciativas para destrancar los sucesivos “no” de Gran Bretaña, los negociadores (nucleados en el Comité de Negociaciones Birregionales) volverán a verse las caras entre el 10 y el 14 de octubre, esta vez en Bruselas. Esta negociación es gravitante para el Mercosur: el intercambio comercial entre la UE y el Mercosur ascendió a más de 88.000 millones de euros en 2015. La UE es uno de los principales socios comerciales del Mercosur, un importante proveedor de servicios comerciales y el mayor inversor extranjero en la región. Sólo las empresas europeas pagan más de 4.000 millones de euros por año en derechos de aduana en el Mercosur. La mala noticia para Uruguay en esta negociación es que, en principio, las ofertas europeas no contemplan la comercialización de carne, algo que puede variar en futuras instancias, pero que da una pauta de cómo viene encaminada la conversación. El acercamiento con la Alianza del Pacífico redondea el cuadro de una región escorada al eje del Pacífico, alejada del núcleo bolivariano, y, con el trasfondo de la relación con México, otra de las prioridades del Brasil de Temer.
Claro, para que esta vuelta a 1991 ocurra es necesaria una readaptación de las estructuras que han ido variando con el correr de la década de gobiernos de signo progresista. Una especie de “reforma del Estado” dentro del propio Mercosur que empieza a materializarse en hechos concretos: vaciamiento de oficinas, traslado de muebles, reubicación de recursos humanos y materiales que ya vienen teniendo lugar en el edificio Mercosur en base a la voluntad de las coordinaciones nacionales de Argentina, Brasil y Paraguay. El resto lo hace el tiempo. El alto representante, por ejemplo, concluye su mandato en enero. Se trata del Doutor Rosinha, hombre de confianza de Lula y Dilma que se mantiene en su cargo del primer piso de la sede Mercosur. El sucesor, se sabe, será un paraguayo. La Unidad de Participación Social va camino al desmantelamiento. Los hechos tienen su correlato, las razones sus porqués. Las Cumbres Sociales, que veinte veces buscaron marcar la impronta de un Mercosur abierto a la participación de la gente, se enfrentaron a los costos de una identidad nunca del todo alejada de lo económico y comercial. El intento de forjar un Mercosur político tampoco funcionó; se topó con las diferencias en la cultura política de los países y la imposibilidad de poner en práctica la letra de los acuerdos: por ejemplo, la que establece elecciones de parlamentarios por voto directo en cada uno de los países. Apenas una constatación: asombra la rapidez con la que cambió América Latina una vez que cambió Brasil. Era presumible el vuelco, pero quizá no tanto la velocidad con la que se consumó.
Tal vez esta falta de calado del paradigma de la integración también explique un hecho que, de otra manera, hubiese sido imposible de concebir: los generosísimos acuerdos alcanzados el mismo martes entre Argentina y Gran Bretaña en relación a la cuestión Malvinas. La lista de entendimientos entre Malcorra y el número dos de Relaciones Exteriores británico, Alan Duncan,es impactante: aumento del comercio bilateral, asociaciones público privadas, inversiones en infraestructura, energía y minería, cooperación en defensa y –literal–: “Adoptar las medidas apropiadas para remover todos los obstáculos que limitan el crecimiento económico y el desarrollo sustentable de las Islas Malvinas, incluyendo comercio, pesca, navegación e hidrocarburos”.
La incursión británica en tiempos de brexit criollo no podía obviar a Montevideo, fiel a Londres en su política hacia las Malvinas incluso desde mucho antes de que en el Aeropuerto de Carrasco bajaran los ingleses heridos para ser atendidos en el Hospital Británico, convertido en sanatorio de guerra en aquel sangriento 1982. Más aun: para el Reino Unido el tranquilo Uruguay es incluso más determinante que la siempre convulsionada Argentina en su visión de largo plazo. Y, de hecho, son los padres de la criatura. Por eso, si a la tetera del río ancho como mar marchó un viceministro, la tacita del Plata bien podía recibir a un príncipe: Eduardo. Su Alteza Real, conde de Wessex, hijo de la reina Isabel II. La agenda, quirúrgica, contuvo una parte simbólica –la entrega de parte del Palacio de Buckingham de una “British Empire Medal” (Medalla del Imperio Británico) en reconocimiento a los servicios de Gloria Trelles, asistente de la dirección del hospital durante los tiempos de la guerra– y otra más ejecutiva: la reunión con Tabaré Vázquez en Suárez y Reyes, el miércoles. En el medio, visita a la Rural y la clásica recepción de honor en la casona del Parque Batlle, ofrecida por el embajador británico, Ben Lyster-Binns, donde a medida que bajaba la espuma del champán y cuando ya se habían apagado los acordes del God save the Queen, cantado a viva voz por la comunidad y algunos invitados muy puntuales, el príncipe se fue empapando de las novedades de este sur desangelado del mundo. El viento, la tormenta, otra vez el viento, Punta del Este, el Hospital Británico… Por allá el brexit y por acá Venezuela, la inestable, la chavista, la bolivariana, deja el Mercosur. Pensó que había entendido mal y ordenó, empapado de sangre azul: “Repeat, please”. Había entendido bien.
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